Veintidós noviembres.
Un trazo azul en otoño.
Una procesión de velas sonriendo.
Un relámpago que sorprende con su luz a la tiniebla.
La piel de nata.
El satén en sus manos delgadas.
La alegría de un cuento infantil.
La pasión de un capa que al viento se airea y se derrama.
El beso eterno, la inconclusa llama en su boca de amapola fresca.
Las dunas de arena del reloj de su figura.
Todo eso es ella, que me mira, me sonríe y me abre un mundo
de cerezas y de perlas.
13 noviembre, 2016 at 8:33 am
Perlas y cerezas, juventud que rebosa, ternura que se escapa entre los dedos, cuentos que ya se contaron y que no volverán hasta que la nueva generación los traiga. Una clase de amor que no puede contarse y que, al final, son perlas y cerezas.
Ella debe estar muy orgullosa, aunque tú a lo mejor no lo sepas nunca.
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13 noviembre, 2016 at 8:36 am
Muchas gracias, Justo. Un abrazo lleno de ternera.
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13 noviembre, 2016 at 8:41 am
¡Será ternura!
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13 noviembre, 2016 at 8:44 am
Jajaja, el subconsciente. No puedo dejar de asociarte a esa deliciosa entraña que nos cocinaste.
Rectifico: un abrazo «entrañable», lleno de ternura.
Ay, la carne es débil.
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13 noviembre, 2016 at 8:48 am
¡jajajajajaja! ¡Y tanto! Precioso poema.
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