​Veintidós noviembres.

Un trazo azul en otoño.

Una procesión de velas sonriendo.

Un relámpago que sorprende con su luz a la tiniebla.

La piel de nata.

El satén en sus manos delgadas.

La alegría de un cuento infantil.

La pasión de un capa que al viento se airea y se derrama.

El beso eterno, la inconclusa llama en su boca de amapola fresca.

Las dunas de arena del reloj de su figura.

Todo eso es ella, que me mira, me sonríe y me abre un mundo

de cerezas y de perlas.