A veces el silencio se hace denso, y pesa.
Pesa como los ojos cansados y áridos de espera.
Como el calor del estío en la siesta.
Como el castigo inconcluso.
Pesa y se hunde en el delicado pie sobre la arena.
Pesa en mis sienes abatidas donde se alojó tu espera.
Tu silencio es denso,
denso como la miel que se resiste en caer, como tu voz derramada desde tu última palabra hasta mi recuerdo.
Y es ese dilatado peso al que me aferro, porque allí he construido el único espacio donde te encuentro.
Así que ¡callad! os suplico, que quiero estar cerca de él, aunque sé que jamás podré tenerlo.
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