Mi libertad termina en la niebla donde empieza la tuya.
Yo que te hospedé bajo mi desierto de dunas y que te deshice los rayos del sol para entregarte sus cálidas hebras.
Yo que te deje mirar la vida vestida de gasas para no herirte con la realidad de su desnudo integral.
Yo que te regalé laureles mientras tú clavabas en mi frente una tiara de espinas.
¿ A que tú no sabes cuánto duele cuando entregas tus brazos abiertos a una niebla eterna?
¿ Sabes? Estoy cansada de deshojar margaritas de dos pétalos y de buscar tu rastro en esta espesa bruma.
No te das cuenta de que dejas que mis lágrimas rebosen, como cera de una vela, y se enfríen, solitarias, en esta tímida y solitaria demora.
Apenas queda un hálito de llama y ando suplicando que, de una vez, termine este impostado cumpleaños y soples.
Podría decirte que me levanto, me visto y me maquillo como un autómata, que todo circula con una inercia plana, que ya no me queda ninguna canción amiga.
Será que ya es todo una vasta pana o un áspero remiendo, se marchitó la seda.
Mirarte araña mis pupilas porque estás en frente y sin embargo no te veo.
Tu perfume es anónimo y te vas, y,a lo lejos, llevas escrito un nombre que ya no recuerdo.
29 diciembre, 2016 at 11:27 am
Es un conmovedor relato, posterior a un quiebre. Se deja leer en caída suave, con la certidumbre de que la nostalgia arrastra una profunda lágrima,de congoja. Me gustó leerlo, sintiendo esa sensación de caricia en el alma. Es lo que se llama, a mi criterio, empatía por el dolor ajeno. Y si uno llega a colocarse en lugar del otro, es porque también ha sufrido esa pérdida, en otro momento de su vida
Un gran abrazo
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29 diciembre, 2016 at 11:36 am
Gracias, José.
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29 diciembre, 2016 at 11:36 am
Otro abrazo que cruce el mar.
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