Sus manos leves como una pluma, mudas como el silencio.
Elegantes y sobrias, como las cuerdas de un chelo o la teclas de un piano.
Posa sus dedos de satén, de azahar y de limones, y derrama su mixtura.
Caen como hebras de seda generosas y, entonces, brota un requiebro como un susurro del cielo.
Un ave en vuelo, la lluvia mojando el suelo, los atardeceres rojos y sus dedos, sin dudas eso, de las cosas más hermosas que mis ojos recibieron.
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