La línea de luz amarilla, en una mañana fría, que te acompaña en la acera.
El calor de mi bolsillo en tu mano aterida.
El roce con las yemas de mis dedos cuando tengas miedo.
El ligero y mullido peso de una manta revoltosa en las noches de tormenta.
La caricia en tus sienes cuando el insomnio te atrapa.
El tierno beso en tu frente protector de tu jornada.
La cálida mirada que te acompaña como un pespunte de pestañas.
El calor de mi piel en tu piel como constancia.
Los paseos por París, las cenas con las manos enlazadas.
Mi cuerpo; sendero y destino de tus ganas.
Nada más ni nada menos; como el envés y el haz de una hoja, eternamente condenada.
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