Si supieras como amo la distancia de tus ojos a la línea del horizonte, cuando pierdes la mirada como un niño despistado.

Congelo esos segundos y te observo, mientras los kilómetros sucumben bajo nuestros pies.

Después miro tus manos, el bálsamo sedoso de mi morena piel. Reposan al volante, con aire distraído, olvidando el recuerdo de todas las caricias de la noche anterior.

Ahora estás fuera de mi, y yo, indolente, anestesio la ausencia de un puñado de abrazos.

Y discurrimos juntos como dos riachuelos, paralelos, que a un tiempo laten por el mismo terreno.

Y finaliza el viaje, termina la distancia y acudes a mis brazos entregándome el cuello palpitante de vida.

Te miro dudando, si  acaso, ahora que me acerco borrando la distancia, te estoy amando menos.