Nos desaprendemos, sí,

nos desaprendemos,

y gestionamos la alquimia 

 de desproporciones.
Nos miramos con los dorsos

de las manos

ateridos de distancia.
Nos desaprendemos

con la torpeza de un relámpago iracundo,

electrizando el paso de nosotros y arrastrando un 

lastre confundido.
Nos desaprendemos,

solo, porque tú quieres 

abandonar el timón

y tropezar con la nieve.
Y, así, me desaprendes

y me dejas marchita

en esta primavera amarilla

que aún me envuelve.
Y cierras a mis ojos

el tul de tu sonrisa,

antes, tan claro e infinito…
Pero te estás marchando

cuando yo aún sigo viva

repleta de caricias.
Nos desaprendemos la savia,

la piel, las risas…
Nos desaprendemos todo,

y me dejas, herida de nostalgia, como un otoño pardo

de cáscaras vacías.