(fotografía de Manolo Barragán)

Como los faros encendidos de un coche

posé la estela de mis pupilas en él.

Los apagué enseguida,

no era necesario dar luz donde ya existía vida.

Una y otra, y otra, y otra vida,

un color que aparecía cuando el anterior se diluía.

Azul, amarillento, rojo, malva, lila…

Cada día un nuevo lienzo,

un nuevo misterio:

sus ojos, sus manos,

sus labios, sus dedos,

su espalda, su pecho…

Se desnuda el cielo

y la humildad se hace carne.

Mirarte desde un ángulo imperfecto debería,

deformando lo obvio,

disfrazando lo auténtico.

Y permanecer con los labios

sellados de sueños,

y las manos asidas al hilo de seda que te sostiene,

mientras, te observo en esta estúpida distancia

que se obstina en sujetar dos mundos: tierra y fuego, mar y aire.

Fútil empeño separar el sol del cielo.