Se dona un corazón.
Ruego que pasen a recogerlo
antes del gélido enero.
Soy equilibrista en la punta de
un alfiler, que apenas siento.
He aprendido a caminar por las
juntas, de unas minúsculas
baldosas,
con los ojos cerrados.
Y bebo sorbos de anestesia,
cinco de los siete días.
Confieso que espío la rendija de
la puerta porque,
a veces, entra un tímido hilo de
luz que me calienta.
Llévense el último pulso de mí,
arránquenmelo sin cautela.
No quiero el corazón,
me pesa, se hunde.
Está lleno de versos y pena.
8 noviembre, 2017 at 11:49 pm
Creo que somos unos cuantos los que, de tanto en tanto, andamos obsequiando nuestro corazón, estimada poeta. Es conmovedora su lectura, porque se siente el crujir de un cristal a punto de estallar. Y aúnque no nos movamos, todo parece indicar que nuestra propia respiración va a provocar la detonación final, de aquel frágil sentimiento. Es una escritura punzante. Lastima el pecho con pequeños recuerdos, de nuestras propias pasiones. E invita a caminar por una última alternativa, el abandonarlo todo para ya no continuar. Todas mis palabras suenan huecas ahora, porque tu redacción, estima Charo, es eficaz desde el título hasta el final. Tan sólo trato de expresar mi identificación con tu sentir, y es por ello que vuelco un montón de palabras sobre este mantel pero ninguna alcanza a disfrazarse de agradecimiento y explicación. Supongo que esta sensación se debe a que tu trabajo me recordó a uno que titulé: «Un ápice de felicidad». De alguna manera, he encontrado puntos de contacto entre ellos dos (tu poema y el mío). Gran abrazo, cargado de admiración, Charo Bernal
Me gustaLe gusta a 1 persona
9 noviembre, 2017 at 8:29 pm
Mil gracias, José
Me gustaMe gusta