Se dona un corazón.

Ruego que pasen a recogerlo

antes del gélido enero.

Soy equilibrista en la punta de  

un alfiler, que apenas siento.

He aprendido a caminar por las 

juntas, de unas minúsculas

baldosas,

con los ojos cerrados.

Y bebo sorbos de anestesia,

cinco de los siete días.

Confieso que espío la rendija de 

la puerta porque,

a veces, entra un tímido hilo de

luz que me calienta.

Llévense el último pulso de mí,

arránquenmelo sin cautela.

No quiero el corazón,

me pesa, se hunde.

Está lleno de versos y pena.