Se lleva la maleta

y van mis dedos,

aferrados a un «no destino»,

al invisible bolsillo donde fui puerto.

Hay una fila de globos,

con los nudos apretados,

despidiéndolo.

El vaho de las gafas no me deja verlo.

Me duelen los labios.

No pronunciaré su nombre.

El silencio chilla como nunca,

araña las paredes aún calientes.

La puerta metálica de la despedida

enfría mis dedos. 

Ahora estoy segura;

se acerca el invierno.