Voy a guardar el dolor en cajones.
Necesito poner orden.
Ni colores ni tamaños.
Mi orden ha de ser:
abierto, entreabierto y cerrado.

Abierto
como estos ojos que aun esperan comprenderlo. Porque hay una fusta injusta lacerando mi costado.

Abierto
como mi boca en el andén del deseo. Porque, además de besar, te nombra
como un golpe de martillo,
como un rasgar de tijeras.

Abierto
como mis piernas entregadas al delirio.
Porque se desprenden de tu cuerpo y no son nada, vagan insomnes y extrañas.

Entreabierto.
Como la puerta en tu despedida. Porque la esperanza se abigarra al tiempo y al espacio.

Entreabierto.
Como mis dedos cuando se aferran a los tuyos y formamos un pelotón de soldados inquietos. Porque a ti y a mí nos gusta la guerra.

Entreabierto.
Como el libro que reposa en mis rodillas cuando vienes a mi encuentro. Porque sé que, si te acercas, comienza a contar el tiempo.

Cerrado.
Como un camino de abrojos sin salida. Porque, si te vas del todo, esta vida se termina.

Cerrado.
Como una pesada aldaba. Porque tu silencio es la más cruel navaja.

Cerrado.
Como una carta lacrada,
como los ojos de un ciego
o la arena sin la playa.

Porque, si ya no me amas,
me da igual que estén abiertos,
semicerrados, cerrados, sepultados o ardiendo en lava.
Porque no serán cajones
donde el dolor hará llagas,
serán los últimos disparos,
de un alma, a la más profunda nada.

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