Me quito los tacones cuando escribo.
Me gusta hundir los pies, con suavidad,
en la arena del albero.
Otros pisarán mis huellas, aún calientes,
sin saber si hoy sangré,o no, en esta plaza,
de donde pocas veces salgo indemne.
Muchos pañuelos blancos agitándose
y, sin embargo,
ninguno enjuga mis lágrimas.