Aguardame, París,
en cada calle,
a cada paso anónimo.
Aguardame en los puentes,
en el ámbar de la luz
de las farolas,
en los besos apretados
de otros labios.
Aguardame, París
te lo suplico,
sobre aquel lienzo blanco
de las sábanas
en la buhardilla etérea.

Serán, entonces,
cuando regrese:
mis dedos velas;
tus manos cabos;
mis labios lluvia;
rayos tus ojos.
Porque has de volverme a ver,
como una gárgola
con la boca abierta,
para beberme el Sena
y deambular por las calles,
desnuda de tristezas,
como un violín callado.
Aguardame, París,
si es posible en otoño.