Ser tierra y pasto
donde hundir tus manos y tu hambre.
Devorar cada pedazo de mí
con la precisión de un cirujano,
lento como nuestro olvido.
Dejarme hacer como el prólogo de un libro; expectante al encuentro.
Después, nacer a ti
para sorprenderte,
dejar los tallos,
hérbaceos dedos, aflorar
por todo el campo,
extender barricadas con la lengua
para salvar el centro.
Y no llegar aún…
Herirte, herirme, herirte,
combatir hasta las uñas
y el pelo,
hilos de mi atrapasueños.
Derretirte horas,
como una vela,
y dejar que
me queme la cera
en una muerte lenta.