Yo sé que tengo dentro un arroyo de lava,
tengo un oscuro pozo con un brocal de antorchas.
También tengo en mis manos ciento dos colibríes,
y en la pared de enfrente mis ojos derramados.
Yo sé que nadie escucha el silbo alborotado,
que emiten los jardines cuando
la fuente llora,
como observo al reloj que agoniza en sus pasos
y envejece conmigo salpicando sus horas.
La sinrazón del día, mi eterna compañera,
se escapa tras el velo de este amargo visillo,
para robar al día la luz suave y templada,
que flota en una esquina de la melancolía.